El día en que conocí a Shakira, mi ídolo de infancia (y le vi las tripas a la enorme empresa que dirige)
Santiago Vanegas Maldonado - BBC News Mundo | Lunes 16 junio, 2025

Decir que crecí con la música de Shakira sería quedarme corto.
Su música la he cantado incontables veces en karaoke, me ha acompañado en rupturas amorosas, me ayudó a aprender inglés y hasta me inspiró a rebelarme de mis padres.
Cuando como periodista la conocí en persona la semana pasada luego de su concierto en Miami, me tomó un rato percatarme de que estaba en frente de ella, mi ídolo, la mujer que compuso lo que yo describiría como la banda sonora de toda una generación latinoamericana.
Shakira le concedió a la BBC una entrevista y acceso exclusivo a lo que pasa detrás de escenas de su exitosa gira "Las mujeres ya no lloran". Yo, un fan (además colombiano), fui el productor de esa historia.
Mientras actuaba como periodista, tuve la suerte de verla cantar y bailar "La tortura" junto a Alejandro Sanz durante la prueba de sonido. Unas horas después, la escuché en su entrevista con nuestro corresponsal de música, Mark Savage.

Verla de cerca resulta extrañamente familiar. Es una persona cuya imagen la industria de la música y la publicidad se han encargado de hacernos recordar.
Pero también es un descubrimiento, y uno no puede resistir la tentación de quedarse mirándola, tratando de compararla con sus propios recuerdos.
A mi yo fan, le interesaba buscar en sus gestos y sus palabras la sabiduría que le permitió escribir versos como "ya vas a ver cómo va la misma vida a decantar la sal que sobra en el mar" o "siempre supe que es mejor, cuando hay que hablar de dos, comenzar por uno mismo".

Mi yo periodista, por otro lado, quedó inmediatamente perplejo con el tamaño y la complejidad de la empresa que hay detrás de la artista.
La escritora
De Shakira se destaca que es una artista con una inteligencia cultivada.
Sus letras, sus melodías, sus videos y sus conciertos sintetizan con creatividad un amplio rango de influencias, desde el rock hasta la danza del vientre pasando por los sonidos africanos del Waka Waka.
Supo usar a su favor la mirada, quizás exotizante, que se ponía sobre ella al ser una mujer procedente de Colombia para crear una obra verdaderamente universal.
No muchos artistas pueden decir que hicieron el concierto más grande de sus carreras en El Cairo y que unos años después llenaron once veces el estadio GNP Seguros de Ciudad de México.
Los hispanohablantes tenemos la fortuna de conocer de forma especialmente cercana a la Shakira escritora, mi favorita.

"Me gusta escribir con imágenes y contar historias utilizando metáforas y símiles, no ser tan directa, y utilizar también un poco de fantasía", nos dijo en la entrevista.
La escritura se trata de escoger la palabra precisa, y Shakira es una autora que no tiene pudor de usar todos los recursos a su disposición para decir lo que quiere. En una canción habla de Sartre y Marx; en la siguiente dice "cambiaste un Rolex por un Casio"; luego en otra aborda la explotación laboral.
Cuando me piden explicar por qué soy su fan, suelo decir que ha sido una pieza fundamental en la construcción de mi imaginación.
No podría vivir igual sin lo que descubrí en "Antología", "Loba" y "Octavo día".

Al terminarse su entrevista con la BBC, Shakira se quedó mirándome y me extendió su mano para despedirse.
Yo le admití que era un gran fan. Esa palabra, "fan", tuvo un efecto. Le cambió la cara, y decidió reemplazar su despedida con un apretón de manos por un abrazo.
Ella dice que esta gira es un reencuentro con sus fans, que la sostuvieron durante los años en los que enfrentó su tormentosa y mediática ruptura con el futbolista Gerard Piqué, a la vez que rendía cuentas ante las autoridades españolas acusada de fraude fiscal.
Algo del rugido incesante de la audiencia durante las dos horas y media que duró el show en Miami me lo confirmó: esto es algo que tanto ella como sus fans llevaban (llevábamos) muchos años esperando.
La empresaria
Si ver a Shakira en el escenario cantar y mover las caderas en medio del calor húmedo es admirable, ver lo que tiene que pasar detrás de escenas para que eso sea posible no lo es menos.
A cada ciudad, el tour llega con unas 150 personas. Los equipos pesan unas 250 toneladas.
Es, a todas luces, un concierto monumental. Shakira se cambia 13 veces de ropa. Toma dos días construir el escenario. Cada segmento está acompañado de un universo visual y la música se produjo prácticamente desde cero.

Para que todo eso se desarrolle sin contratiempos, tiene que haber una coordinación perfecta. Un error puede desencadenar un retraso significativo, o peor, una cancelación, como ya ocurrió en Boston y Washington DC (según el equipo de Shakira, por causas ajenas a ella).
En esa compleja coordinación, hay una clave que no tardamos en descubrir: todas las personas de su equipo nos dijeron, de alguna manera u otra, que Shakira está al tanto (y al mando) de todo.
Una de sus publicistas nos contó que se quejó un día porque no le avisaron que alguien se había enfermado. Su guitarrista nos aclaró que su trabajo no consiste en presumir de sus habilidades con la guitarra, sino en tocar para no distraer a Shakira y que sea ella quien brille.
En ese engranaje complejo de control, hay fricción y momentos no tan amables.
El equipo de Shakira, por ejemplo, controlaba estrictamente lo que podíamos y no podíamos grabar.

"No se puede grabar durante la prueba de sonido", repitió varias veces una voz severa por los altoparlantes del estadio cuando uno de los empleados de seguridad sacó su teléfono para grabar a Shakira.
El equipo de ella sabe qué esperar de nosotros, los periodistas: curiosidad y preguntas difíciles. Por eso, tratan de anticiparse y cuidar lo que ella dice al máximo.
En el momento en el que ella entra a dar la entrevista, todo ocurre de forma fluida y tranquila. Las negociaciones se han tenido antes y se tendrán después.
Dicho de otro modo, hay un grupo de personas que se encarga de dar noes, cerrar puertas y hacer cumplir su voluntad para que ella pueda dedicarse a sonreír y ser carismática.
¿La rebelde?

En "Pies descalzos, sueños blancos", la canción que le da nombre a su álbum de 1995, Shakira enumeraba algunas expectativas que se ponían sobre ella: "Cumplir con las tareas, asistir al colegio. ¿Qué diría la familia si eres un fracasado? Ponte siempre zapatos, no hagas ruido en la mesa".
Desde entonces, a sus 17 años, dejaba claro que no se sentía propiamente cómoda siguiendo las convenciones sociales de una sociedad conservadora como la colombiana.
Que se pintara el pelo, que cantara en inglés, que tocara la batería eran cosas que el público en su momento miraba con cierta extrañeza. Su música era un tanto anómala viniendo de un país más acostumbrado a ofrecerle música tropical al mundo.

Videos como los de "La tortura" y "Loba" fueron escandalosos.
Pero toda esa historia, todo ese camino, le permitió a Shakira acostumbrar a su público a que ella era algo diferente a una pulida diva del pop.
Mucho de la Shakira furiosa, fogosa, pura, queda sin duda vivo. Incluso ahora se sigue haciendo su propio maquillaje a su manera. Su sesión 53 con Bizarrap fue un insulto atrevido lleno de humor e ingenio que lanzó a pesar de las críticas que se le podían venir.

Pero claro, en el proceso de llegar a la cima y de ser una mujer que factura (unos US$6 millones cada noche), Shakira también se ha vuelto un producto cultural cada vez más perfeccionado, en el que cada ingrediente debe estar controlado y bello.
Su show es la muestra perfecta de ello. Es impecable.
La pregunta que me queda a mí, después de un día conociendo el mundo que la rodea, es qué espacio queda para la Shakira rebelde con la que crecí en la Shakira pulida, que dirige una empresa millonaria y cría dos hijos varones.
Espero que alguno.

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