Empresas veletas
Luis Mastroeni [email protected] | Viernes 31 enero, 2025

Inconstante y mudable. Esas son las definiciones que le da la Real Academia Española a las personas que son “veleta”. Yo diría que aplica también para las organizaciones y negocios.
Luego de la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos algunas empresas y bancos han dado un paso atrás en su lucha por los derechos humanos, las inversiones verdes, el impacto climático y medio ambiental. Son como veletas.
Esas mismas empresas han tenido departamentos completos dedicados a la lucha en favor de la inclusión o han levantado su voz ante los efectos devastadores del cambio climático. Pero ya no creen que sea importante. Ahora piensan lo contrario.
Como si esos temas fueran un invento fantástico o como si los problemas que podrían poner en jaque a las empresas fueran simples teorías de la conspiración. Al menor intento de debilitar su posición económica, caen rendidos y retroceden. ¿En qué creerán entonces?
La conclusión inmediata ante esas decisiones podría resumirse en que están del lado que más les conviene; pero si reflexionamos un poco, el tema es más complejo y triste. Yo diría que nunca entendieron cómo afectaban los impactos ambientales y sociales a sus negocios. Si cambian de posición ante un tema tan complejo y que pone en riesgo sus mismas empresas en el futuro, es porque, me atrevo a decirlo, jamás comprendieron lo que eso tenía que ver con una corporación.
Las empresas veletas se acomodan a las modas o aún peor, a intereses de otros que les aseguran una realidad que no existe. Esos otros expresan ideas que en una buena parte son mentira, pero las repiten tanto que acaban convenciendo.
El año pasado, decía Paul Polman en declaraciones al diario El País, las inversiones en energía verde más que duplicaron a las de combustibles fósiles. O sea, no es que la lucha contra los grandes problemas de la humanidad sea un mal negocio; más bien es ignorancia de los que creen que las empresas deberían retroceder.
Las personas veletas escuchan voces y creen en ideas que ya no tienen cabida en un mundo que cambió y que necesita de luchas tenaces para seguir haciendo posible la realización de los negocios y su largo plazo.
Las empresas a favor de los derechos humanos, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y de disminuir el impacto del calentamiento global, tienen esa posición porque saben que les permitirá sobrevivir y se esfuerzan, no solo para salir en una foto o levantar la voz en la televisión. Tienen claro que la estabilidad de sus marcas está en juego y por eso actúan.
Si hoy creemos que es importante luchar por los derechos de las minorías, pero mañana ya no lo es, porque se cree que el negocio se pone en riesgo; es ser del bando Groucho Marx, que decía: “estos son mis principios, si no les gustan… tengo otros”
Quienes oyen cantos de sirenas como si todo lo que se viene haciendo hace décadas fuera mentira, son las personas empresarias que reaccionan ante los datos que les convienen y no los que evidencian lo que realmente pasa o pasará. Bien dice el dicho que el que no sabe de altares ante cualquier armario se persigna.
Es triste ver como quienes en un momento tenían políticas de derechos humanos bien estructuradas y muy visibles, hoy dicen que las retiran o que cierran departamentos completos dedicados a combatir los abusos y faltas de respeto ante grupos minoritarios. Si los quitan ahora, es porque nunca creyeron en eso.
Las empresas y personas veletas “no quieren pagar el precio de los que no viven arrodillados”, como decía Ruben Blades en una canción.
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