Hablando Claro
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 24 octubre, 2007

Hegel dijo que “la historia es el esfuerzo del espíritu para conseguir la libertad”. No hay duda. La historia de cada ser humano en pos de su realización y plenitud (eso que llaman felicidad) es la búsqueda constante de la libertad del espíritu. Cómo alcanzarla es la pregunta y por increíble que parezca, las respuestas son más sencillas de lo que uno puede sospechar, aunque ciertamente estoy convencida que se requiere cierta actitud de vida para poder encontrarlas y asimilarlas. Más aún, se requiere una gran convicción para poder poner en práctica, en contra de los aplastantes pesimismos que nos circundan la vida cotidiana, las claves que nos irán convirtiendo poco a poco en seres humanos valiosos para nosotros mismos y para los demás.
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La primera clave está en aceptarnos. Este es el principio para reconocer que tenemos muchos defectos pero también enormes virtudes. Si admitimos de manera sana que somos especiales, que tenemos dones y talentos significativos, tendremos la capacidad de lanzarnos con empeño a desarrollar nuestras capacidades para crecer, madurar y entregar lo mejor de nosotros mismos.
La segunda clave está en aceptar a los demás. Este también es un paso difícil porque así como hay tanta gente que no se reconoce a sí misma ningún valor especial, hay muchísimos que piensan que a su alrededor no hay —literalmente— nadie que valga la pena más que ellos mismos. Son esos típicos personajes que tienen una capacidad impresionante para detectar los defectos de los demás, sin llegar a considerar nunca que ellos están llenos de imperfecciones y que, probablemente, la peor de ellas es que se dedican a ver todo “lo malo” que tienen los demás. Aceptar a esas personas es difícil pero resulta fundamental para nuestro propio proceso de crecimiento personal, que es de lo que estamos hablando aquí.
Aceptar a esas personas también implica un esfuerzo consciente para no dejarnos contaminar por ellas, porque así como encuentran todos los defectos imaginables en sus congéneres, generalmente son tan negativas que se quejan si hace demasiado sol o llueve mucho, si hace frío igual o si hace calor, si hay mucho ruido o demasiado silencio… Son como dice un amigo mío, personas que cuando se desmayan vuelven en “no”.
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Todo esto es fácil de entender pero ciertamente difícil de aplicar para llevarse mejor con uno mismo y con los demás; entre otras cosas porque con frecuencia esperamos demasiado de los otros o por el contrario, nos parapetamos en nuestras murallas de protección seguros de que nadie nos dará una dosis de afecto, calidez, confianza, atención, amistad y amor sin que salgamos heridos o maltratados.
Estoy segura, como dice el señor Hegel, de que la libertad de espíritu es fuente de todas nuestras realizaciones y plenitud. Y por eso, el secreto de la vida está en buscar equilibrio y armonía: entre todo aquello que laboral, familiar y socialmente se espera de nosotros y lo que nosotros mismos aspiramos a encontrar en nuestro interior —con una positiva dosis de egoísmo si se quiere— para lograr vivir este efímero paso con lo mejor de nosotros mismos; que al fin de cuentas, es también lo mejor que podemos ofrecerles a los demás.
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