Invisibles
Mishelle Mitchell [email protected] | Jueves 06 abril, 2017

Invisibles
En la era de la hiperconexión, jamás los seres humanos hemos estado tan desconectados: Ajenos a nuestro entorno, lejanos de nuestras emociones, indiferentes a la presencia de quienes están a nuestro lado y de lo que sienten.
Una pantalla, y en ella pequeños símbolos —ahora llamados emoticones, un neologismo de la era digital— ríen por nosotros, lloran por nosotros, celebran por nosotros, se enojan por nosotros. Son una suerte de impostor que disfraza y representa nuestra esencia y la traslada al lenguaje binario.
Un teclado grita a nuestro nombre e insulta sin piedad, porque golpear las piezas plásticas oculta la fuerza destructora que las palabras plasmadas en un teléfono o en el computador tienen en la autoestima. Nos engañamos. Las palabras, aun sin pronunciarlas, lastiman. Y aun elegir el silencio hiere, porque para muchos la caja vacía de la respuesta digital —el no contestar— es señal de rechazo y de desprecio.
En esta era de lo digital, creemos falsamente que las palabras se retractan porque se borran. Las palabras no se borran, ni sus intenciones son indelebles, porque las heridas que causan resuenan en la mente, calan en el corazón y viven en nuestros espíritus, esa es una verdad tan vieja y tan vigente desde Adán y Eva, y un espacio tan profundo que lo digital no sabe descifrar.
El ciberbullying —la capacidad de menoscabar la integridad, autoestima y reputación de una persona— una forma impresionantemente destructiva de violencia, baila en nuestras manos, danza en nuestros dedos. La perfeccionamos ante la incapacidad de ser empáticos y ante el temor de mostrarnos auténticos y vulnerables ante los demás.
Esta amenaza ya ha cobrado víctimas entre adultos, pero también entre los niños, que crecientemente imitan la discapacidad de amar. Un 70% de los estudiantes de secundaria en Latinoamérica ha experimentado bullying, según datos de Cartoon Network y World Vision que impulsan la iniciativa “Basta de Bullying”.
Desde un teclado, los nuevos agresores digitales proyectan odio enconado, rencor, enojo, porque no han aprendido a zanjar las diferencias frente a frente, a entender que ganar no significa que otro deba perder, no han aprendido que la más sutil de las artes de la convivencia es ceder y transigir.
Bendita comunidad digital que nos posibilita estar más acerca, pero maldita relación virtual que tanto nos distancia los unos de los otros. La lejanía ya no es tanto física como lo es emocional. Esa es la trampa de la desconexión, tan vilmente expresada en la intimidad entregada en un archivo de libre distribución.
Por ello, reivindico el valor del espacio presencial, la valía de educar y predicar con el ejemplo desde el hogar. Ojalá en nuestras casas resuenen los buenos días, reviva la cortesía, se revalore el disentir con respeto, florezca el galanteo, desempolvemos los pañuelos para secar lágrimas, repique el sonido de los besos y retorne la humildad de pedir perdón. Ojalá reivindiquemos el sentir y entender que otros también sienten y resienten nuestras acciones aun en la era digital.
La autora es Directora Regional de Comunicaciones para World Vision en Latinoamérica
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