Los olvidados
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 18 agosto, 2008

Claudia Barrionuevo

Es posible que ese sea el deseo de muchos al encontrarse con los casi 800 indigentes que recorren las calles de nuestra capital a diario. Afortunadamente no todos piensan como Susanita.
Por razones circunstanciales el sábado 9 de octubre estuve con mis hijas, Manuela y Valeria en el parque de Barrio México. Para mí esa zona josefina es muy significativa: fue el primer barrio que conocí al llegar a San José pues allí vivía en ese entonces mi primera amiga, Marcela Arguedas, que además había cursado la primaria en la escuela República Argentina, centro educativo de ese distrito.
Ese día la ONG PROMUNDO, en asociación con el departamento de Servicios Sociales de la Municipalidad de San José, realizó una gran actividad llamada Desafío Urbano. El nombre del evento era más que apropiado: el desafío urbano consistía en atraer a una gran cantidad de indigentes al parque de Barrio México.
Decenas de jóvenes —muy jóvenes— vestidos con camisetas negras recorrieron las calles capitalinas y convencieron a muchos indigentes de subirse a los buses que los llevarían hasta el lugar de la actividad.
Una vez en el parque les devolvían su nombre: ya no eran llamados por los apodos que en la calle les adjudican sus compañeros de ruta.
Se habían instalado duchas y, luego de bañarse los indigentes recibían ropa limpia.
Un batallón de médicos y terapeutas voluntarios —también muy jóvenes— los revisaban, los atendían, los curaban en la medida de lo posible.
La Asociación Nacional de Chefs —impecablemente vestidos de blanco— les preparó un suculento almuerzo.
Conversando con Marcela Echeverría, la asistente social encargada de la coordinación general de la actividad, supe que el problema principal de quienes viven en las calles es el crack. Los indigentes están presos en la peor de las drogas, la más barata, la más dañina, la más adictiva.
En nuestro país, cada vez más entregado al neoliberalismo, donde solo importa lo que uno tiene, los que no tienen nada, ni nombre, no son nadie. Más pobres que los pobres, los indigentes existen menos aún que los que viven en los peores tugurios que nos rodean, porque ni un techo de lata poseen. Son los olvidados de nuestra sociedad.
Para una pesimista como yo, ver ese montón de gente tan joven dedicar un sábado entero a atender a los olvidados, devolviéndoles su identidad como personas, fue muy estimulante. Todos ellos, los que participaron en ese Desafío Urbano, merecen nuestro agradecimiento por hacernos saber que no todo está perdido, por devolvernos la fe, por enseñarnos que algunos —como ellos-—no creen que haya que esconder a los olvidados sino tratar de recuperarlos.
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