Maternidad y edades
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 17 noviembre, 2008

Claudia Barrionuevo

El texto teatral es mío. La frase —como la mayoría de las que nutren mis obras— fue robada a alguien de mi entorno. En este caso, a mi madre.
En estos días me he visto obligada a reflexionar sobre madres y edades.
“Madre hay una sola”, dicta el viejo refrán y muchos hijos se apresuran a responder “¡Por dicha!”. Cuando somos madres lamentamos que la frase nos recuerde la soledad de nuestra responsabilidad.
La maternidad es una tarea que no se termina nunca, que no se aprende jamás y que varía en necesidades y requerimientos año con año.
Mi prima Alejandra nos visitó hace unos días. Ha decidido casarse en Cuba con un novio que su madre —viviendo en Buenos Aires— no conoce. Obviamente la mamá está en shock y la entiendo. Pero también entiendo a Ale: recuerdo lo que es tener 28 años y estar enamorada.
Mi hermana Paula debuta como madre de un sol gordo y simpatiquísimo llamado Felipe, hasta hace poco conocido como Bebeto. El tiempo y la dedicación que requiere un bebé son de una intensidad física agotadora. Recuerdo esa etapa de mi ser madre como una nebulosa en donde yo como individuo prácticamente no existía.
Y yo, soy madre de dos adolescentes. Aunque ya recuperé gran parte de mi vida personal y profesional —la que dejé en pausa ocupándome de dos bebés— sigo robando tiempo de aquí y de allá para escribir, dirigir y existir, sin abandonarlas. En menos tiempo del que quisiera estaré angustiada por la boda de alguna de ellas.
Ale, Paula y yo compartimos durante una noche nuestras experiencias femeninas tan diversas: cada una en distintas etapas de la vida.
En la tarde había ido al supermercado que tiene la mayor variedad de cremas para la cara.
Generalmente cuando me enfrento a las góndolas de algunos productos en medio de esta globalización consumista me mareo: ¿Cómo escoger toallas sanitarias o cereales? Hay miles con las más diversas especificidades.
En el caso de las cremas es igual, hay cinco marcas, por lo menos, y cada una de ellas se divide según la edad de la piel.
En este supermercado, por primera vez, las cremas estaban muy bien organizadas: los cartelitos frente a ellas anunciaban cuáles eran para menores de 20 años, las que correspondían a la etapa de 20 a 30, las idóneas para la siguiente década y las especiales para mayores de 50. Suena bien, ¿verdad?
Más o menos. Yo, que soy alta y no me bajo de mis tacones, tenía a la altura de mi vista las cremas para las veinteañeras. Me fui agachando poco a poco hasta llegar a mi condición etaria: de 40 a 50. Quedé como una mesa, doblada a la mitad.
Comprendí que cuando empiece a comprar las cremas para las mayores de 50 y la ciática me mate, tendré que ir con alguno de mis sobrinitos al supermercado. No solo para que me alcance la crema, para que me lean las especificaciones que solo con anteojos y lupa podré leer.
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